13 de octubre de 2012

EDUCACIÓN EN MALAS MANOS


Nunca dejaré de criticar a los “maestros” que lo único que hacen es destruir la vida de sus alumnos, aunque mis palabras se escuchen más como una opinión personal en lugar de una crítica. Yo quería ser músico desde los diez años y nadie me pudo dar información sino hasta cuando cumplí dieciséis. En fin, no hablaré de mi vida porque ni siquiera es interesante, pero creo que esto viene a colación con lo que voy a decir. Tan sólo pondré de antecedente que dejé la escuela de música a los dieciocho y tiempo después quise continuar, aunque ya no fue posible.

A los veintitrés años, intenté ingresar en una escuela diferente de donde iba. Bueno, lo voy a decir. Intenté ingresar en la Escuela Nacional de Música. Primero fui a la plática general que dan en el auditorio, y después tenía que asistir a la plática de la carrera. Yo había estudiado dos años de guitarra clásica (en la Escuela Superior de Música, lugar que recuerdo con mucho cariño), por lo tanto, lo lógico sería asistir a la plática de guitarra solamente. Pero en aquel tiempo me interesaba más la composición. Total, que también asistí a la plática de composición, lo cual jamás olvidaré.

La “maestra” que nos dio la plática, en primera, tenía el aspecto de no conocer la felicidad. No hacía otra cosa más que mirarnos con gesto de amargura y regañar a quienes entraron dos minutos después de la hora, argumentando que la disciplina empezaba con la puntualidad. Eso estaba bien, pensé. Pero lo que no tomó en cuenta esta hermosa mujer fue que algunos muchachos venían de la plática de otra carrera. Yo creo que ellos tenían el derecho de escuchar varias pláticas, para así asegurarse de cuál carrera escogerían. Sin embargo, la mujer amargura les dijo que si estaban haciendo eso, entonces no estaban seguros de qué diablos querían estudiar. Pero eso no fue lo peor.

La anti-maestra, en lugar de hablarnos sobre lo bello e interesante que sería aprender composición musical, nos dijo todo lo malo que nos podría pasar si desperdiciábamos nuestro tiempo estudiando esa carrera. En primera, nos puso de ejemplo que, si nos iba bien, a lo mejor nos encargarían musicalizar algún documental de radio o televisión, y probablemente nos pagarían (voy a escribir una cantidad equivalente a este tiempo) unos diez mil pesos. Sin embargo, aquel suelo no sería constante, como un sueldo mensual; sería algo esporádico, de suerte, de estar buscando trabajo de un lado a otro. Y si a esto le agregamos que hay que pagar luz, renta, agua, teléfono, y si encima se nos ocurre tener una pareja, entonces, esos diez mil pesos ya no serían ni de broma suficientes, y al final pensaremos que hemos estudiado (así dijo aquella ingrata) la carrera equivocada (!).

Parecía que esta mujer la habían entrenado para espantar a todos los aspirantes. Pero eso todavía no fue lo peor.

Después, le preguntó a uno de los muchachos cuántos años tenía. El muchacho le respondió que tenía dieciséis. La tipa esta, haciendo muchos aspavientos, le dijo: “¡Fíjate nada más! ¡Dieciséis años! Ya estás muy grande para empezar a estudiar. Los músicos deben prepararse desde muy pequeños. Después, ya no tiene caso que inviertan su tiempo en esto.”  

Por supuesto, todos quedamos desconcertados. No podía creer lo que estaba viendo y escuchando. De hecho, me pregunté cuántas personas habían estudiado música clásica a partir de los quince o diecisiete años y, aun así, terminaron siendo grandes músicos. ¿Por qué esta estúpida decía tantas estupideces? ¿Acaso ella comenzó a estudiar a los tres o cuatro años? ¿Acaso todos los maestros de la Escuela Nacional de Música o de la Escuela Superior de Música empezaron a estudiar cuando tenían cuatro o cinco años? ¿Qué carajos pasaría conmigo si, en aquella época, tenía veintitrés? Además, en el salón también había alguno que otro aspirante que aparentaba tener más de treinta. ¿Qué pasaría con ellos?

Tampoco voy a poner de pretexto esta anécdota para justificar que, a partir de aquel día, tiré la toalla y renuncié a la idea de estudiar composición: anteriormente ya había tenido muy malas experiencias con algunos “maestros”, todos mamones, de esa misma escuela. Claro, no me refiero a todos: en esa escuela también conocí a estupendas y honrosísimas excepciones, que sí merecían ser llamados maestros en toda la extensión de la palabra. Pero, como en todo ecosistema, nunca falta la mierda.

Parece que a veces la música no es suficiente para iluminar a una persona.

Mario Ramírez Monroy

1 comentario:

  1. Esa anti maestra seguro es una artista fracasada, amargada y con un sueldo bajo. Pero si uno quiere aprender algo y trascender lo peor que puede hacer es dejar a la Educación esa responsabilidad. Cuando uno quiere aprender debe hacerse cargo de lo que quiere y buscar por todos los medios y rumbos lo que considere mejor para su formación. No depender de los Maestros. Los que estudian Derecho, Informatica, en las Universidades van por un papel que les asegure una fuente de ingresos, error. Ahora uno debe hacerse cargo de su propio aprendizaje y la educación formal no se corresponde con nuestra época, aprendemos y compartimos mas en Internet que en la Escuela, las instituciones de educacion han dejado de ser el alma mater, donde se concentraba el conocimiento y los expertos. Ahora, eso esta en Internet.

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