Hace
algunos años, en 2008 para ser exactos, mientras me estaba comiendo unos tacos bien
grasosos en un local, muy cerca de los Teatros Telmex, entró un rocker. Tenía
el pelo largo, de aproximadamente cuarenta años, vestía una chamarra de
mezclilla negra y una playera de Twister
Sister. Sin embargo, lo que en verdad me llamó la atención fue que, bajo el
brazo, llevaba un disco acetato de Kuman,
una obra musical de los años ochenta, considerada la primera ópera-rock
mexicana.
El
rocker, se sentó, hizo su pedido y, mientras esperaba sus tacos, puso el disco sobre la mesa y se quedó observándolo.
De pronto, empezó a canturrear, en voz muy baja, casi imperceptible, las
primeras líneas de Kuman: “Algo esconde, algo oculta, Mamá Nisha. Algo
huele a carne fresca y distinta”. Por supuesto, a mí me llamó poderosamente
la atención. De hecho, más que escuchar, le leí los labios: Kuman fue una obra que muchos vimos en la década de
los ochenta, y la conocíamos de sobra. Aquella imagen del rocker en verdad era
muy extraña, y toda la situación en sí resultaba ser muy extraña, si tomamos en
cuenta el lugar donde estábamos. Los actuales Teatros Telmex fueron los
antiguos Televiteatros (ahí se presentó por primera vez la obra Kuman en 1984) y nos encontrábamos muy
cerca de ahí.
Le
llevaron sus tacos al rocker y, cuando les puso salsa, derramó sin querer un
poco encima de la portada del disco. De inmediato lo limpió con la orilla de su
playera y luego lo levantó para revisar si no se le había metido algo dentro
del celofán ya gastado, casi apergaminado que protegía el cartón del disco. Más
tranquilo, al comprobar el buen estado de su L.P., miró las fotos de la
contraportada y sonrió. De nuevo “cantó” Algo
esconde, algo oculta… y dejó a un lado el disco para entrarle a los tacos.
Se
devoró tres casi en dos bocados y le echó más salsa al cuarto antes de
devorarlo en un santiamén. Pidió otra orden y de nuevo se quedó concentrado mirando
el disco. Después -no supe si fue apreciación mía o tan sólo fue un movimiento
aleatorio- la mirada del rocker pareció dirigirse hacia donde estaban los
Teatros Telmex, mientras movía la cabeza rítmicamente, como si en su mente
estuviera sonando la música de Kuman. El
rocker volvió a mirar el disco, sonrió, se rascó la cabeza e hizo un gesto –al
menos así lo aprecié- entre tristeza y frustración, porque incluso dio un ligero
golpe sobre la mesa con el puño. Llegó su orden de tacos, dejó el disco a un
lado y empezó a comer, aunque ahora sin tanta prisa, pero aún ensimismado.
Yo
pedí mi cuenta. Pagué y me dispuse a salir del local. Al pasar junto a la mesa
del rocker, vi de reojo la contraportada de Kuman,
y también recordé mucho aquella época. Me habría gustado entablar algunas
palabras con aquel personaje tan singular, pero salí.
No
obstante, esto no termina aquí.
Mario Ramírez Monroy
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