16 de diciembre de 2012

ALGO ESCONDE, ALGO OCULTA


Hace algunos años, en 2008 para ser exactos, mientras me estaba comiendo unos tacos bien grasosos en un local, muy cerca de los Teatros Telmex, entró un rocker. Tenía el pelo largo, de aproximadamente cuarenta años, vestía una chamarra de mezclilla negra y una playera de Twister Sister. Sin embargo, lo que en verdad me llamó la atención fue que, bajo el brazo, llevaba un disco acetato de Kuman, una obra musical de los años ochenta, considerada la primera ópera-rock mexicana.

El rocker, se sentó, hizo su pedido y, mientras esperaba sus tacos, puso el disco sobre la mesa y se quedó observándolo. De pronto, empezó a canturrear, en voz muy baja, casi imperceptible, las primeras líneas de Kuman: “Algo esconde, algo oculta, Mamá Nisha. Algo huele a carne fresca y distinta”. Por supuesto, a mí me llamó poderosamente la atención. De hecho, más que escuchar, le leí los labios: Kuman  fue una obra que muchos vimos en la década de los ochenta, y la conocíamos de sobra. Aquella imagen del rocker en verdad era muy extraña, y toda la situación en sí resultaba ser muy extraña, si tomamos en cuenta el lugar donde estábamos. Los actuales Teatros Telmex fueron los antiguos Televiteatros (ahí se presentó por primera vez la obra Kuman en 1984) y nos encontrábamos muy cerca de ahí.

Le llevaron sus tacos al rocker y, cuando les puso salsa, derramó sin querer un poco encima de la portada del disco. De inmediato lo limpió con la orilla de su playera y luego lo levantó para revisar si no se le había metido algo dentro del celofán ya gastado, casi apergaminado que protegía el cartón del disco. Más tranquilo, al comprobar el buen estado de su L.P., miró las fotos de la contraportada y sonrió. De nuevo “cantó” Algo esconde, algo oculta… y dejó a un lado el disco para entrarle a los tacos.

Se devoró tres casi en dos bocados y le echó más salsa al cuarto antes de devorarlo en un santiamén. Pidió otra orden y de nuevo se quedó concentrado mirando el disco. Después -no supe si fue apreciación mía o tan sólo fue un movimiento aleatorio- la mirada del rocker pareció dirigirse hacia donde estaban los Teatros Telmex, mientras movía la cabeza rítmicamente, como si en su mente estuviera sonando la música de Kuman. El rocker volvió a mirar el disco, sonrió, se rascó la cabeza e hizo un gesto –al menos así lo aprecié- entre tristeza y frustración, porque incluso dio un ligero golpe sobre la mesa con el puño. Llegó su orden de tacos, dejó el disco a un lado y empezó a comer, aunque ahora sin tanta prisa, pero aún ensimismado.

Yo pedí mi cuenta. Pagué y me dispuse a salir del local. Al pasar junto a la mesa del rocker, vi de reojo la contraportada de Kuman, y también recordé mucho aquella época. Me habría gustado entablar algunas palabras con aquel personaje tan singular, pero salí.
No obstante, esto no termina aquí.
Mario Ramírez Monroy

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