En la
columna pasada hablé sobre parte de la fauna fenomenoide que asistía en la
escuela de música. Por supuesto me faltaron varios, como el Igor, que en lugar
de entonar gruñía como perro malhumorado; nunca supimos cómo le hizo para pasar
el examen de ingreso. Pero no quiero ni me interesa hablar de él, sino de un
amigo que se llamaba Juan de Dios.
Era
todo un personaje. Desde su nombre daba risa. Siempre estaba sonriendo y
parecía que la vida le valía madre. Y siempre llevó una chamarra con gorra de
color verde, hiciera o no hiciera calor (la verdad, siempre me pregunté a qué
horas la lavaría). Le gustaba el rock. También quería ser un guitarrista de heavy metal, por eso nos entendíamos
bien. No era muy buen estudiante y creo que tampoco tocaba bien (sin contar que
tuvo la mala suerte de tener al peor maestro de solfeo junto con la peor
maestra de guitarra clásica de la escuela).
Incluso,
en aquella época, los dos teníamos el mismo nivel académico: la pura
secundaría. Yo había dejado el CCH y Juan de Dios sólo tenía la secundaría.
Ambos sólo queríamos ser músicos y ya. Y fue curiosamente en segundo año cuando
empezamos a preocuparnos por sólo tener eso. Queríamos seguir estudiando pero,
más que nada, porque queríamos cambiarnos a otra escuela de música, mucho
mejor, donde sí exigían el bachillerato. En ese mismo año, Juan de Dios se
inscribió en el CCH. Yo quise esperarme un año más.
Sin
embargo, mi amigo empezó a faltar a clases por la otra escuela. Me daba risa,
porque le tocó un año en que hubo huelga y Juan de Dios le entró luego luego a
la grilla. Me acuerdo que un día lo encontré en el teléfono de la escuela de
música y dijo algo así como: “No te preocupes. Nada nos va a detener. La unión
hace la fuerza” (!). Y mucho más risa me dio que, un día, mientras miraba las
noticias en mi casa, pasaron la imagen de los estudiantes marchando por las
calles. En aquellos pocos segundos, en el último instante para ser exactos,
Juan de Dios salió en la pantalla marchando al lado de una pancarta, vistiendo
su chamarra verde.
El
tiempo pasó. Yo regresé, no al CCH, sino a una preparatoria. Juan de Dios ya no
regresó al tercer año de la escuela de música; yo sólo fui en los primeros dos
meses, no pude combinar las dos escuelas. No obstante, a Juan de Dios lo
encontré dos veces más. Una por las calles del centro, en la zona de las
tiendas de instrumentos musicales, creo que caminábamos por Bolívar en sentido
contrario. La segunda, en el tianguis del Chopo. Ambas veces, hablamos de las
escuelas, de la música, del rock y demás cosas que no pudimos hacer.
Uno
o dos años después, Juan de Dios me habló por teléfono a la casa. Me dijo que
se quería inscribir a la universidad para estudiar Historia, pero que ahora
estaba viviendo en el Estado de México y me preguntó si no habría problema en
que él diera la dirección de mi casa para recibir correspondencia de la
escuela. Yo le respondí que ninguno, que adelante. Me agradeció y dijo que
luego me volvería a echar otro telefonazo para que le diera bien mi dirección.
Pero jamás volvió a hablar, y jamás volví a saber nada de él.
Después
de todos estos años que han pasado, me pregunto si Juan de Dios aún seguirá
vistiendo su eterna chamarra verde.
Mario Ramírez Monroy