De
seguro muchos recuerdan aquel programa llamado The Wonder Years, titulado aquí como Los años maravillosos, serie que trataba sobre los años de
adolescencia del narrador, donde recuerda con nostalgia todos los cambios que
sufrió durante su paso por la highschool.
Hace poco, limpiando mi cuarto, me encontré con mi vieja credencial de la
escuela de música, y también recordé a algunos de mis antiguos compañeros, todos con la
expectativa de figurar en el ámbito musical.
Recuerdo
a un cuate bien alto y medio idiota, a quien le pusimos el Little John. Estudiaba dizque guitarra. Estaba enamorado de Jim
Morrison. Si a alguien se le ocurría tocar alguna canción de los Doors, el Little John parecía entrar en trance, se retorcía y se tiraba al
suelo cantando con una voz horrible. Como por el segundo mes de clases, nos
dijo que ya no podía combinar su carrera con la escuela de música. Y se fue.
Recuerdo
a otro cuate todavía más negado para la guitarra. Se creía mucho sólo porque
conocía a un grupo de rock importante en aquellos tiempos. Él sí se quedó en
todo el primer año, pero no se presentó al examen final. Bueno, sí llego, bien
drogado y llevando una guitarrita eléctrica de color naranja, no sé por qué, yo
creo que para no sentirse tan poca cosa y usarla de escudo, ya que no era capaz
de hacer el examen.
Recuerdo
a un cuate bien mamón que se creía muy sabiondo tan sólo por tener un par de
años más que nosotros, y porque ya tocaba varias canciones populares. Incluso
nos dijo que él nos podría dar una clasecitas. Se le ocurrió inscribirse en el
mismo grupo donde yo tomaba guitarra, y el maestro le demostró que no tocaba
nada, y que debía comenzar por el principio, como todos nosotros. Al final, a
pocos días de presentar nuestro examen final, esta persona me pidió -casi
suplicándome- que le tocara las piezas que íbamos a presentar, para que las
grabara (?). Por lo visto, nunca a prendió a leer una partitura en la clase de
solfeo. De todas maneras reprobó.
Recuerdo
a un cuate que a quien le puse El
Malinche. Él fue mi primer conocimiento que tuve de la cultura chicana, él
vivió en Los Ángeles y a veces hablaba con palabras de spanglish, hasta le gustaba la moda de Zoot Suit. Por eso le puse así. Tocaba el clarinete y era buen
estudiante.
Recuerdo
a un cuate que también era de otro salón. Estudiaba trompeta. A mí me caía muy
bien. De hecho, es a una de las personas que me gustaría volver a encontrarme.
No era tan buen estudiante. Muchas veces, mientras regresábamos en el Metro, él
sacaba su libro de teoría y lo leía y lo leía.
Y
a quien más recuerdo -porque alguien así es inolvidable- es a un cuate a quien
le decían El Chidorrio. Desde el
apodo llamaba la atención. Y no sólo eso, parecía una caricatura viviente, muy
flaco, de ojos grandes tras unos grandes lentes, nariz pequeña, pelo cortísimo
y de voz entre rasposa y gangosa. En una ocasión, mientras yo caminaba por los
pasillos de estudio (que los alumnos usaban para practicar piano, y donde sólo sonaban
escalas, estudios y piezas del mismo), me llamó la atención escuchar que
alguien estaba tocando aquella canción que dice: “Mami qué será lo que tiene el negro”. Me asomé por la ventanilla, y
ahí vi al Chidorrio, bien concentrado
tocando esa cumbia; a un lado de él, había otro estudiante, también muy
concentrado, viendo las pisadas de las teclas.
También
al Chidorrio le gustaba presumir que
podía tocar el contrabajo, y sacando temas de canciones de Black Sabbath (el Chidorrio
era metalero, aunque trabajaba tocando música popular en un bar). También le
gustaba mucho cantar las canciones del Tri.
Al terminar el primer año, el Chidorrio
sacó seis en el examen final de solfeo, y todavía dijo: “¡No manchen! Y eso que
estudié”.
Al
menos quedan los bellos recuerdos de aquellos años maravillosos, porque, por
supuesto, ninguno de nosotros figuramos en el mundo de la música.
Mario Ramírez Monroy
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