15 de enero de 2013

LOS AÑOS MARAVILLOSOS


De seguro muchos recuerdan aquel programa llamado The Wonder Years, titulado aquí como Los años maravillosos, serie que trataba sobre los años de adolescencia del narrador, donde recuerda con nostalgia todos los cambios que sufrió durante su paso por la highschool. Hace poco, limpiando mi cuarto, me encontré con mi vieja credencial de la escuela de música, y también recordé a algunos  de mis antiguos compañeros, todos con la expectativa de figurar en el ámbito musical.

Recuerdo a un cuate bien alto y medio idiota, a quien le pusimos el Little John. Estudiaba dizque guitarra. Estaba enamorado de Jim Morrison. Si a alguien se le ocurría tocar alguna canción de los Doors, el Little John parecía entrar en trance, se retorcía y se tiraba al suelo cantando con una voz horrible. Como por el segundo mes de clases, nos dijo que ya no podía combinar su carrera con la escuela de música. Y se fue.

Recuerdo a otro cuate todavía más negado para la guitarra. Se creía mucho sólo porque conocía a un grupo de rock importante en aquellos tiempos. Él sí se quedó en todo el primer año, pero no se presentó al examen final. Bueno, sí llego, bien drogado y llevando una guitarrita eléctrica de color naranja, no sé por qué, yo creo que para no sentirse tan poca cosa y usarla de escudo, ya que no era capaz de hacer el examen.

Recuerdo a un cuate bien mamón que se creía muy sabiondo tan sólo por tener un par de años más que nosotros, y porque ya tocaba varias canciones populares. Incluso nos dijo que él nos podría dar una clasecitas. Se le ocurrió inscribirse en el mismo grupo donde yo tomaba guitarra, y el maestro le demostró que no tocaba nada, y que debía comenzar por el principio, como todos nosotros. Al final, a pocos días de presentar nuestro examen final, esta persona me pidió -casi suplicándome- que le tocara las piezas que íbamos a presentar, para que las grabara (?). Por lo visto, nunca a prendió a leer una partitura en la clase de solfeo. De todas maneras reprobó.

Recuerdo a un cuate que a quien le puse El Malinche. Él fue mi primer conocimiento que tuve de la cultura chicana, él vivió en Los Ángeles y a veces hablaba con palabras de spanglish, hasta le gustaba la moda de Zoot Suit. Por eso le puse así. Tocaba el clarinete y era buen estudiante.

Recuerdo a un cuate que también era de otro salón. Estudiaba trompeta. A mí me caía muy bien. De hecho, es a una de las personas que me gustaría volver a encontrarme. No era tan buen estudiante. Muchas veces, mientras regresábamos en el Metro, él sacaba su libro de teoría y lo leía y lo leía.

Y a quien más recuerdo -porque alguien así es inolvidable- es a un cuate a quien le decían El Chidorrio. Desde el apodo llamaba la atención. Y no sólo eso, parecía una caricatura viviente, muy flaco, de ojos grandes tras unos grandes lentes, nariz pequeña, pelo cortísimo y de voz entre rasposa y gangosa. En una ocasión, mientras yo caminaba por los pasillos de estudio (que los alumnos usaban para practicar piano, y donde sólo sonaban escalas, estudios y piezas del mismo), me llamó la atención escuchar que alguien estaba tocando aquella canción que dice: “Mami qué será lo que tiene el negro”. Me asomé por la ventanilla, y ahí vi al Chidorrio, bien concentrado tocando esa cumbia; a un lado de él, había otro estudiante, también muy concentrado, viendo las pisadas de las teclas.

También al Chidorrio le gustaba presumir que podía tocar el contrabajo, y sacando temas de canciones de Black Sabbath (el Chidorrio era metalero, aunque trabajaba tocando música popular en un bar). También le gustaba mucho cantar las canciones del Tri. Al terminar el primer año, el Chidorrio sacó seis en el examen final de solfeo, y todavía dijo: “¡No manchen! Y eso que estudié”.

Al menos quedan los bellos recuerdos de aquellos años maravillosos, porque, por supuesto, ninguno de nosotros figuramos en el mundo de la música.

Mario Ramírez Monroy

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